EFE.- «Es importante el retiro de la ley de obtentores vegetales del tramite legislativo para hacer una ley que recoja todo lo que sea conocido en nuestro país e internacionalmente y los derechos de las comunidades agrícolas más pequeñas», expresó a la prensa la ministra de la Secretaría General de la Presidencia, Ximena Rincón.

En este momento, la regulación de las semillas en Chile depende de una ley de los años 90 que «permite la producción de semillas transgénicas para la exportación pero no para consumo interno», explicó en una entrevista con Efe Iván Santandreu, vocero y fundador de la asociación «Chile sin transgénicos».

«Lo contradictorio es que nosotros exportamos esas semillas y después importamos el producto elaborado a partir de esa semilla porque no lo producimos aquí», dijo en tanto Miguel Ángel Sánchez, Director Ejecutivo de la asociación gremial que agrupa a las compañías desarrolladoras de biotecnología (ChileBio).

Desde que en 2009 el anterior Gobierno de Michelle Bachelet ingresara al Legislativo la «Ley de obtentores vegetales», la voz que más se ha alzado en contra de los transgénicos ha sido de la periodista Lucía Sepúlveda que hoy ha pedido que el Estado «reconozca la importancia de la pequeña agricultura campesina».

Y es que la «Ley Monsanto» fue bautizada con el nombre de su principal beneficiario, la multinacional Monsanto, que junto a Bayer, Basf, Pioneer, Dow, y Syngenta se reparten el mercado mundial.

En el directorio de la Asociación Nacional de Productores de Semillas de Chile (ANPROS) aparecen una serie de productores locales pero Santandreu advierte que detrás de esos nombres «en muchos casos está Monsanto»: «Por ejemplo Seminis, es una filial de Monsanto con otro nombre».

Tanto Santandreu como Sepúlveda denuncian que los cultivos transgénicos tienen graves consecuencias sociales y económicas: «Que Chile apostara por los transgénicos sería un desastre. No puede competir contra las pampas argentinas, ni con las llanuras de EE.UU. o la selva de Brasil».

Pero lo que realmente preocupa a la gente es si los productos modificados genéticamente en los laboratorios afectan a la salud y en torno a este tema hay mucha confusión.

Sólo existen cuatro productos transgénicos a nivel comercial: el maíz, el algodón, la canola y la soja, aunque hay otros cultivos como la papaya, los porotos o las berenjenas que se encuentran en distintos laboratorios del mundo en fase de experimentación.

Pero el desarrollo de cultivos transgénicos no sólo depende del sector privado y hasta Cuba, un país comunista que lucha contra las grandes multinacionales, tiene más de 3.000 hectáreas sembradas de un maíz transgénico desarrollado con dinero público, según ChileBio.

Y es que para el representante de ChileBío por un lado está la tecnología y por otro la ideología: » Desde el punto de vista técnico y científico todo es contundente a favor de los transgénicos y es en el ámbito ideológico o político, donde esta hoy la discusión», aseguró..

«Hay que vigilar cómo los políticos y empresas adoptan la tecnología desde la ideología, y regular que se haga bien. Los controles de seguridad los ponen los gobiernos, si creen que se necesitan más que pongan más, pero esta satanización de los transgénicos es producto de la desinformación», concluyó Sánchez.

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