Son casi las tres de la tarde del lunes en el pabellón polideportivo de la localidad onubense de Moguer y hay un intenso olor a paella recién hecha, que se ha comenzado a distribuir entre las casi 300 personas que esperan pacientemente volver a sus casas tras el incendio que les ha cambiado sus vidas.

No es una paella al uso, porque no lleva carne. La ha hecho una vecina de la calle donde está el pabellón que sabe que entre las personas que están refugiadas en ese edificio deportivo hay inmigrantes que han sido rescatados desde el asentamiento de ‘Las Madres’, y muchos de ellos son musulmanes, así que la paella es «apta» para todos los públicos.

Eso sí, aunque las raciones que se reparten en platos de plástico aportados por un supermercado local son más que generosas, hay personas que, con una sonrisa, la rechazan. Han perdido hasta el apetito después de perder sus casas o sus pertenencias, o algunas todavía tienen el susto en el cuerpo a pesar de que tienen constancia de que sus casas han quedado salvadas de las llamadas, aunque sea por metros.

En ese ambiente se vive en estos días en el pabellón deportivo de Moguer, que ha albergado hasta a 300 personas afectadas por el incendio, ya que a primeras horas de la mañana del lunes recibió a las 150 procedentes de las instalaciones deportivas de Mazagón debido a que el humo estaba llegando a este lugar, y se hacía necesaria una reubicación de las personas que, hasta ese momento, estaban a salvo.

Con el miedo en el cuerpo habla de «un ángel vestido de naranja» que le acompañó fuera del campamento en pleno incendio

A Marta, una vecina de Sevilla que hace años decidió vivir largas temporadas en el Camping Doñana, la sacaron «con lo puesto, con el tiempo justo de coger una camiseta y la documentación», y en mitad de la noche, en un ambiente que recuerda «mezcla de niebla por el humo y un olor a ceniza que se metía en los pulmones», y desde entonces duerme en una colchoneta del pabellón moguereño, «si a eso se le puede llamar dormir».

A su lado, Emhamed, un joven de raza negra procedente de Mali, sí está comiendo un poco de paella acompañada de un botellín de agua y algo de fruta. Todavía tiene el miedo en el cuerpo cuando habla de que «tuvimos las llamas a menos de 20 metros, y cuando no sabíamos qué hacer escuchamos unas sirenas y a gente gritando que saliésemos de las chabolas».

Bajo esas sirenas había «un ángel vestido de naranja», como él define al voluntario de Protección Civil que le acompañó fuera del campamento, igual que se emociona cuando habla de toda la gente que se ha movilizado para que a los evacuados no les falte de nada: «en cada momento llega alguien con una bolsa de comida, con agua, con bocadillos, con camisetas limpias, sin conocernos de nada, sin saber quiénes somos nos ayudan».

Son sólo dos ejemplos de la solidaridad que se muestra paralela a la tragedia por el incendio, pero son muchos los que se están viendo, como los de las hermandades del Rocío de Madrid o Jerez de la Frontera, que han ofrecido sus casas en la aldea almonteña para cualquier cosa que puedan necesitar tanto los evacuados como el personal del contingente que trabaja en la extinción.

El mundo de la música también se ha movilizado, con ejemplos como el de Kiko Rivera, que se ha ofrecido a actuar en Moguer sin cobrar nada, para que todo lo recaudado se destine a la reforestación, o también está el ejemplo de los trabajadores de la cadena de supermercados El Jamón, que dieron el paso adelante para trabajar toda la noche sin cobrar, para que nada faltase a los que están peleando contra las llamas de frente.

(Texto: Fermín Cabanillas / Efeagro)

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