EFE.- Este aumento ha venido acompañado de la incorporación de los jóvenes al campo con el comienzo de la crisis económica y a través de un mayor conocimiento, formación y el fomento de la innovación desde el Centro de Investigación y Experimentación en Truficultura ubicado en Graus.

El cultivo de este hongo (tuber melanosporum) en zonas como Guayente, Biscarrués, Graus, Barbastro o Aínsa, se ha convertido en una línea desarrollo sostenible y de creación de empleo, apoyada por las instituciones a través de programas de formación como el proyecto Cul-Tuber, impulsado por la Diputación y cofinanciado por la Fundación Biodiversidad.

Además, los truficultores cuentan con servicios de asesoramiento, una guía de buenas prácticas y la convocatoria de ayudas desde 2002, con 350.000 euros destinados este año a la instalación de nuevas plantaciones y la mejora de las existentes.

La truficultura es una actividad emergente, un sector que en el territorio ha vinculado la actividad agrícola y forestal con el laboratorio y la gastronomía, que cada año se promociona en la feria de degustación itinerante Trufa-te, en cumbres gastronómicas internacionales como Madrid Fusión o el mercado de la trufa de Graus, uno de los primeros de España, que tiene lugar desde 1947.

La trufa ha ayudado al asentamiento de nuevas explotaciones surgidas con la crisis, «como una salida de futuro en la agricultura para más de 30 familias y jóvenes con preparación y ganas de trabajar por el territorio», ha explicado a Efe el presidente de la Asociación de Cultivadores y Recolectores de Trufa de Aragón, José Vicente Girón.

Aunque casi la mitad de los truficultores de la provincia tienen entre 41 y 50 años, cada vez son más los jóvenes que apuestan por este cultivo «con buenas perspectivas de futuro y ventajas medioambientales», ha dicho a Efe Héctor Vilas, un truficultor de 34 años que lleva más de una década con una explotación en Graus.

La trufa no necesita abono, ni casi pesticidas y se planta en zonas que son inaccesibles para otro tipo de cultivos rentables, aunque su proceso es lento y la producción puede comenzar entre los los cinco años y doce años, «una apuesta a largo plazo que no te permite dejar a medias el proyecto, muy gratificante cuando comienza a dar sus frutos», según Vilas.

Aragón produce y comercializa la mayor parte de la trufa negra de España y, en Huesca, el 80 por ciento de la recolección se vende en fuera, sobre todo en Italia, Francia y Alemania, lo que supone «una garantía de que la actividad es viable», ya que no existe una cantidad de trufa fija al año, aunque ya se va pudiendo establecer una media, según Girón.

La desaparición de la cultura forestal, las malas prácticas en la recolección y el abandono de los bosques de encinas y robles fueron los factores que arrinconaron a la trufa que ahora vive otro buen momento, con precios de 450 euros el kilo y con una producción que puede rondar las 50 toneladas de media, «un tercio de lo que podía recogerse de forma silvestre», sostiene Girón.

Para lanzarse con una explotación de estas características, los truficultores demandan información sobre los aspectos técnicos del cultivo y la manipulación para sacar un mayor rendimiento, que siempre estará vinculado a las condiciones meteorológicas.

Esta es una labor de investigación que lleva a cabo el centro de Graus, el único en España dedicado en exclusiva al estudio de la trufa y desde el que se ha creado una red de parcelas piloto con distintas condiciones de suelo y pluviometría para analizar la evolución del hongo y mejorar las plantaciones.

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