EFE.- Iniciado en 1885, el negocio del cultivo y envío a territorios europeos de los tomates isleños arrancó con operadores británicos que comerciaban solo con su país, pero cuyo testigo tomaron con el tiempo empresarios canarios que no dudaron, a fin de garantizar sus intereses, en asentarse en Reino Unido, primero, y también en Holanda, más adelante, explican los responsables del estudio.

"Un exportador, por pequeño que fuera, producía sus tomates, se hacía cargo él mismo de su envío por mar y hasta de venderlos en destino", con lo que en épocas pasadas llegó a haber "más de setenta representantes en Londres o en Rotterdam" trabajando para cosecheros isleños, relata el investigador Manuel Rebollo.

Doctor en Geografía e Historia, Rebollo es autor "Cultivo y exportación del tomate en Gran Canaria", una documentada tesis sobre la actividad que transformó la demografía de la isla.

De hecho, las plantaciones que comenzaron a desarrollarse para vender tomates al Reino Unido, en el marco de una actividad exportadora que dominaron de manera casi hegemónica hasta el primer tercio del siglo XX empresarios ingleses como Swamston, Fyffe, Leacock, Jones o Miller, llevaron a muchos agricultores a trasladar su residencia a nuevas zonas.

Ese movimiento, que se producía desde las tradicionales zonas agrícolas del interior de Gran Canaria hacia otras más cercanas a la costa donde se daba mejor el cultivo del tomate, hizo que aumentaran de forma significativa los habitantes de varios núcleos humanos e incluso que surgieran otros antes inexistentes, sobre todo, según rememora Rebollo, en los años treinta del siglo XX.

En esa época lugares cercanos a la carretera general del Sur fueron acumulando viviendas gradualmente, dando origen ese fenómeno al surgimiento de enclaves como Doctoral, Cruce de Sardina, Castillo del Romeral, Tablero, Cruce de Arinaga, Las Rosas, Montaña los Vélez, Las Puntillas, o Carrizal, detalla el investigador.

El director de la tesis de Rebollo, el profesor de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria Miguel Suárez, subraya además que el del tomate es un negocio que "comienzan los extranjeros, pero para ser sustituidos luego por los canarios, que aprenden, en contra de eso que se dice de que en Canarias no hay empresarios".

"Habría que ver de qué tipo son, porque son pequeños empresarios que se hacen a sí mismos", matiza el docente, que, no obstante, insiste en que son un colectivo que "es importante estudiar, porque suponen una aportación decisiva" a un sector que constituye "un aspecto fundamental de la economía y la sociedad canarias".

Se refiere a empresarios como Diego Betancor, Bruno Naranjo, Moisés Rodríguez, Aquilino Marrero o Juliano Bonny Gómez que ya tenían un nombre en el sector a finales de la década de los treinta.

Esta tesis doctoral, que en breve se transformará en un libro titulado "El tomate en Gran Canaria: cultivo, empresa, aparcería y exportación", destaca también el importante número de trabajadores a los que llegaron a dar empleo, puesto que solo en esa isla "llegan a vivir del tomate, en las épocas del ‘boom’, más de 30.000 personas".

Miguel Suárez no desea, en todo caso, que se olvide que la de la exportación del tomate, un negocio todavía vigente e importante en el archipiélago, ha sido una historia con luces y sombras, en tanto en sus momentos de mayor auge dio lugar a "un sector empresarial dinámico, pero también a una explotación muy grande de la mano de obra", con "relaciones de producción que eran a veces duras".

De la historia y peripecias de quienes convirtieron el cultivo de plátanos, tomates y otras hortalizas en un pujante negocio internacional, se conservan aún abundantes testimonios, y no solo en Canarias. Basta con pasearse hoy por uno de los barrios de negocios más cotizados de Londres y preguntarse por qué se llama "Canary Wharf".

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