Decía Churchill que cuanto más conocía a las personas, más quería a su perro. Yo, sin embargo, cuando más escribo de las relaciones entre Francia y España en materia agrícola y ganadera… más carajote me siento. Y utilizo esta expresión tan popular andaluza porque refleja perfectamente la impotencia que provoca ver cómo se están riendo de nosotros mientras que desde aquí parece que no se hace nada por evitarlo, salvo enviarles 15.000 parados para hacerles el trabajo sucio de su vendimia… mientras  que seguro que sus bodegas ya piensan en cómo desprestigiar a nuestros vinos.

     Nunca he sido, ni seré, partidario de la violencia ni de las represalias, entre otras cosas porque nunca solucionan nada, pero entiendo en ocasiones quienes claman por un boicot contra los productos del país vecino, porque l que clama al cielo es lo que están haciendo con nosotros.

     Primero nos queman los camiones de fruta y como no queda bien, pese a no haber hecho nada para evitarlo, el Gobierno galo ha prometido a sus agricultores que a falta de gasolina ellos se encargarán de controlar las importaciones españolas de fruta en las carreteras (sí en esas mismas que quieren cobrar por utilizarlas los que no son franceses). Y aunque sus inspecciones no han dado ni un diez por ciento de irregularidades, aplauden implícitamente el enfado de sus sindicatos agrarios que, aseguran, tiene  precios más caros porque "las producciones francesas están sometidas a reglas, en particular sociales y medioambientales, mucho más estrictas que las de nuestros vecinos".

     Vamos, como si en España no respetásemos las rigurosas normas de la Unión Europea y aquí estuviésemos todos viviendo a lo grande gracias a lo que nos ‘pagan’ los franceses, mientras que la realidad es que tenemos que tirar la fruta o no recogerla para evitar que caigan aún más los precios.

      Pero en esta cuestión, que es la vital, no se mete el Gobierno galo, porque eso representa enfrentarse no a sus agricultores, sino a las grandes empresas de distribución. Como tampoco se ‘mete’ con que camiones de leche de su país o de Alemania, pero pagado con dinero francés, lleguen a España a precios irrisorios y tiren por tierra las esperanzas de las explotaciones ganaderas de nuestro país. Eso, al parecer para ellos, no es competencia desleal, sino puro negocio del que ellos ganan mientras que aquí salimos perdiendo. Y callando, que es peor.

     Pero si hasta nos comemos sus patatas viejas y descongeladas en lugar de las propias, frescas y de mayor calidad porque nos las venden a precio de saldo, aunque con eso hundan al sector nacional. Pero no importa, será porque ellos “están sometidos a reglas, en particular sociales y medioambientales, mucho más estrictas que las de nuestros vecinos”. Y los vecinos, o sea, nosotros, no hacemos nada. Bueno, algo sí, el carajote.

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