A pesar de la profesionalización del trabajo de las mujeres en las explotaciones agrarias y ganaderas de los últimos años, es preocupante que en diez años haya una pérdida de cerca del 44% de mujeres titulares, según se desprende del censo del 2009. Pero más   escandalosa es la pérdida del 81% en la fracción de mujeres titulares de menos de 25 años, y que solo se haya reducido el 37% en las mujeres mayores de 65 años.

     La resistencia de mujeres y hombres en seguir siendo activos en el sector agrario, a pesar de haber superado los 65 años, solo se puede entender por la necesidad de seguir trabajando ante unas pensiones inferiores a las del Régimen General, puesto que la pensión de complemento a mínimos es solo de 587,00 € por paga (Ley de Presupuestos Generales del Estado para el año 2012), y por la falta de un relevo generacional digno y viable.

    El sector agrario tiene grandes retos por delante como son la Política Agraria Común, la competencia de los mercados, el clima, el acceso a la formación continua ante una apatía política que continuamente desoye las necesidades sectoriales y el mundo rural.

    Ante todo este contexto de dificultades la falta de mujeres jóvenes en el sector se traduce también en su escasa participación en las estructuras sociales agrarias, ya sean sindicatos, cooperativas o bien asociaciones. Las razones socioculturales parece que no han cambiado a lo largo de los años.

    Existe un umbral de corresponsabilidad en la vida cotidiana que no se ha superado; mientras que la disponibilidad de los hombres para los asuntos sociales, sindicales y políticos es incuestionable, las mujeres conservan un rol que va ligado a la gestión y la coordinación de todas las necesidades familiares: cuidar los hijos, atención a los mayores, redes de solidaridad, etc.

    Con todos estos inputs adicionales ser agricultora o ganadera se convierte en una tarea más dura y compleja, y no por el carácter específico del trabajo en el campo, dado que la tecnología ha ayudado a superar muchos de sus inconvenientes, sino al hecho adicional de hacer frente siempre, a solas, a todas las responsabilidades domésticas.

    Por lo tanto, después del trabajo en la explotación y tener la familia bien organizada queda poco margen de tiempo para hacer sindicalismo, cooperativismo, política o cualquier actividad social. Esto provoca que muchas mujeres, durante algunos años de su vida, sean invisibles en las actividades sociales y públicas relacionadas con el sector agrario, y ésta también es una asignatura pendiente para todas.

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