El nanomaterial (una especie de aditivo que se embebe en el plástico) “sirve para utilizar la menor cantidad posible de material, por lo que son muchos más ligeros pero mantienen las características de los embalajes convencionales”.

   Al contrario de este material, los bio-polímeros sí se están aplicando a gran escala, aunque España “no es uno de los países modelos, en otros lugares sí son habituales en los supermercados”. Suelen ser productos “algo más caros” que los convencionales, ya que las empresas tienen que amortizar la inversión en I+D+i.

   Hoy, las principales tendencias de investigación se agrupan en torno a los envases activos e inteligentes. Los primeros, explica Hortal, “interactúan con el producto de modo que le proporciona, por ejemplo, antifúngicos o antimicrobianos; lo que permite que el producto dure más tiempo envasado en óptimas condiciones y no se deteriore tan rápido”.

Envases inteligentes que protegen e interactúan  con el consumidor

    Los envases inteligentes, por otro lado, no solo protegen el contenido sino que interactúan con él, permitiendo que el consumidor obtenga información del producto.

   Son etiquetas de color que indican la frescura o humedad del producto; si la temperatura se ha visto manipulada en relación a los parámetros establecidos o bien si se ha manipulado un artículo de alto valor añadido, caso de los cosméticos.

   “Los envases inteligentes no están implantados masivamente, sino que están muy orientados a productos concretos y su tecnología aún no está depurada, mientras que los activos se emplean sobre todo en cosméticos”.

   Por ejemplo, un envase activo de carne podría ser aquél en el que la almohadilla actual para conservar la humedad, ya no se viera. Sin embargo, opina Hortal, los consumidores dicen una cosa, piensan otra y hacen otra distinta.

   “Si le digo a un consumidor que tiene un envase de nanomateriales ya esa palabra ni la entiende y si encima le dices que interactúa con los productos, no sé si lo va a comprender; muchas veces lo que se persigue es que el consumidor no detecte cambios”.

   La educación, añade, no solo debe centrarse en la parte de reciclado y en la gestión del residuos “sino también en tener la mente abierta al uso de unos materiales más avanzados”.

    Antes de lanzar un producto, el instituto de investigación aplica una fase de ecodiseño para conseguir la menor cantidad de material de envase y el menor espacio posible: transportar más con menos. Para ello simula también el proceso de transporte, desde que el producto se pone en el palé hasta que se coloca en un camión o transporte marítimo.

    Pero, en definitiva, el mejor residuo es el que no existe, concluye la directora de Nuevos Materiales y Nanotech del Instituto Tecnológico del Embalaje, Transporte y Logística.

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