Dentro del panorama de los pagos únicos o básicos o del green descafeinado, hemos conseguido una ayuda asociada al ovino, como la hay para otras producciones, que deben servir como palanca de una política agraria para que esos sectores sobrevivan, concretamente el de la ganadería extensiva, y jueguen el papel económico, social y medio ambiental que deben tener.

    Todos reconocen estas funciones en el sector ovino, crea más empleo que cualquier otra actividad y se centra 100% en pueblos, sobre todo pequeños en zonas desfavorecidas.

     El ovino tiene un grave problema de rentabilidad por el esfuerzo y dedicación que genera. Los márgenes netos por explotación son negativos y si las ayudas las llevamos a la tierra, como favorece la PAC desde el desacoplamiento reeditado hasta 2020, se pone fácil que quien pueda, abandone.

     La ayuda asociada, aunque insuficiente, puede ser un instrumento o palanca, que unida a los PDR, evite la debacle del ovino en un momento que los mercados mundiales, sobre todo del mundo oriental demandan producto, aunque también los costes aumentarán.

     Cual balón de oxígeno la ayuda asociada bien planteada, y eso no significa a todos por igual, puede apuntalar a los ganaderos con planes de mejora, los que saquen más de 0,5 corderos por oveja y año, a quienes apuesten por la calidad y la promoción, léase IGP y, por organizaciones que apuestan por la dimensión y la regulación de un mercado al que tanto daño le hace los intermediarios especuladores. Asimismo habría que apostar sin complejos a favor de los jóvenes que se incorporen o se hayan incorporado en las dos últimas décadas y tienen poca mochila de derechos de pago básico.

    Si por la simplificación administrativa no se hace una apuesta valiente y estratégica, perderemos el tren de la recuperación con pérdidas importantes de empleo y sostenibilidad en el medio rural.

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