La advertencia  de las autoridades rusas de querer vetar la exportación de productos de carne porcina y de productos lácteos españoles a ese país no sólo ha cogido por sorpresa a ambos sectores, sino con el pie cambiado a todo el mundo, ya que no sólo se vuelve a dañar la imagen de España a nivel internacional (ya se sabe, cualquiera que coja una diarrea en cualquier lugar del mundo siempre le podrá echar la culpa a España) sino por las circunstancias en las que se han producido y en el momento concreto en el que se hacen estas acusaciones.

    No me gustan los estereotipos porque nunca son justos, pero pensar que para las autoridades rusas nuestros alimentos no cumplen sus normas fitosanitarias suenan más a chiste que a realidad. Máxime cuando se sabe que quien exporta allí no es el carnicero o el lechero de la esquina, sino grandes empresas que no sólo cumplen con todas las normas sanitarias de la Unión Europea, sino que son muy conscientes (y más en los tiempos que corren) que no pueden jugarse su imagen ni un mercado potencial de muchos millones de usuarios por ahorrarse unos cuantos euros en uno controles que ya deben pasar para exportar al resto de Europa o del mundo.

    Entonces, la duda es ¿por qué se produce esta situación? y ¿por qué a España?. La segunda pregunta tiene fácil respuesta, porque siempre será culpable de todo. Da igual la carne de equino, que un pepino o un yogur caducado, si algo alimentario pasa en el mundo la primera culpa siempre será para nosotros. Luego se dirá que no, pero la primera bófeta siempre es para España. Incluso cuando media Europa, incluida grandes multinacionales como Ikea, Findus y un largo etcétera, se ha visto salpicada por el escándalo de la carne de caballo. Pero no, las acusaciones y las amenazas para España.

    Esto nos lleva a la primera pregunta, ¿por qué se produce esta situación? Si algo tengo claro es que no es por un problema de salud, ni siquiera “exagerado” como ha señalado el ministro Arias Cañete. Por lo que sólo cabe pensar en suposiciones que nada tiene que ver con las acusaciones, sino con el efecto que provocan. Y no puede ser casualidad de que justo cuando se quiere meter mano a los ahorros de Chipre para su rescate salga a la luz un ataque contra un país de la UE, cuando todo el mundo sabe que gran parte del blanqueo del dinero ruso no ha venido sólo a la Costa del Sol, sino a esos bancos chipriotas que ahorra están cerrados.

    ¿Política ficción? Puede ser, pero en política internacional nada suele pasar por azar y esta amenaza bien puede ser un aviso a navegantes, aprovechando el barco más débil y conocido como arma arrojadiza. Eso o, sin caer en los malditos estereotipos, que a los productores españoles se hayan quedado cortos a la hora echar vodka en la carne o los lácteos que exportan a Rusia.

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