Cada vez que hay un conflicto internacional, al final quien lo paga son los que nada tiene que ver con él. Esta máxima, que se viene cumpliendo desde el principio de los tiempos,  refleja la situación que se está empezando a vivir en el sector hortofrutícola, lechero y cárnico español y europeo con el anunciado veto de Rusia a sus importaciones por culpa de las sanciones impuestas por la UE contra su apoyo a los rebeldes ucranianos.  Y si las cosas no se hacen bien, la broma nos va a salir muy cara a todos, tanto a corto, como a medio y largo plazo, porque este conflicto no va a acabar en unos meses, ni siquiera en el año que se ha marcado de veto, sino que va a dejar secuelas muy graves en el sector agroalimentario durante posiblemente varios años.

     Y es que en demasiado poco tiempo se ha pasado de vetar el porcino español en aras de la sanidad rusa (siempre tan ‘exigente’ cuando les interesa y no afecte a su vodka casero) a dejar claramente que no volverán a comprar más productos agroalimentarios europeos por las presiones políticas de la UE por el caso de Ucrania. Y cuando se rompe el cinismo (y todo el mundo sabía el porqué del primer veto) se rompen muchas reglas del juego y las piezas luego son mucho más difíciles de volver a encajar.

    Porque, ahora mismo, no se trata sólo de un veto a productos de la UE, sino de cerrar un mercado que otros va a ocupar en muy poco tiempo y al que a ver luego a ver cómo se les quita de ahí. Marruecos, Egipto, Brasil,…. quizás con un poco de suerte Sudáfrica se sume a mandarles todos sus cítricos con mancha negra, ya se están moviendo para ocupar el espacio que van a dejar los países europeos, incluidos España. Y lo peor es que eso es completamente legítimo, porque así se hacen negocios en este mundo globalizado.

    Por eso se debe actuar con celeridad, pero también con la cabeza fría. Entiendo a quienes ya están poniendo el grito en el cielo y reclamando que sea la UE, España o las CCAA las que empiecen a pagar las pérdidas que ya están sufriendo  muchos agricultores y ganaderos en un momento especialmente duro, con unas campañas marcadas por las sequías, los bajos precios y las guerras entre países. Pero el problema no es cobrar ahora, que también, sino sentar las bases del futuro. Y para eso no basta tampoco decir que se deben buscar nuevos mercados, porque hay demasiados países intentando vender ahora mismos sus excedentes por el veto como para hallar un ‘supermercado abierto’ para colocar todo lo que ya está sobrando.

    Es cierto que se debe mirar a corto plazo, porque va a haber una caída generalizada de los precios de todos los productos afectados en la propia UE que puede afectar muy seriamente a la estabilidad de muchos sectores (Y aquí la gran distribución ya se frota las manos con el negocio que va a hacer, porque a ellos poco les importa las guerras, el derribo de aviones o los vetos. La banca siempre gana). Pero sobre todo se debe mirar a medio y largo plazo. Y se debe hacer con la suficiente inteligencia con la que lo van a hacer otros países que se van a beneficiar de esta situación.

    Que Marruecos se mueve, que Brasil da el salto con su carne, perfecto. Se les aplaude por su habilidad y capacidad de reacción y…  se les da las gracias por los servicios prestados y se cierra las fronteras europeas a sus productos. O, por lo menos, se les recuerda las normas que ya imperan para puedan llegar. Lo que no puede ser admisible es que Europa siga mirando hacia otro lado constantemente, se ceda a las presiones de distintos países y se acepte contenedores de fruta, hortalizas, leche o carne sin el más mínimo rigor sanitario o a precios de rebaja como se ha venido haciendo hasta ahora y ahora se siga haciendo lo mismo mientras ellos abren nuevas puertas a sus productos.

    El veto ruso viene por una cuestión política. Pues se deberá hablar de política con los países que quieran aprovecharse de esta situación. Que no condenan a Rusia, perfecto, son libres de no hacerlo. Pero también lo son de asumir las represalias de quienes por defender unos principios van a perder mucho dinero por no mirar hacia otro lado. No se trata de ‘vetarlos’ sino de recordarles el porqué de esta crisis. Y si esos países que ahora tanto se pegan por vender a Europa en las mejores condiciones para ellos no lo quieren aceptar, pues que vendan a Rusia, pero que se olviden de nosotros.  O, por lo menos, que lo hagan con las mismas condiciones con las que lo hacen los países europeos entre sí.

   Al fin y al cabo, al final, tarde o temprano, Putin se acordará de que le sigue gustando más el cerdo de la dehesa que el de otros países y acabará por buscar una solución para volver a comérselo. Hasta entonces, nos habrá costado mucho la broma, es cierto, pero por lo menos que no nos cueste más por permitir que otros hagan más negocio a costa de nuestros sacrificios.

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