Desde su taller de París, un espacio de 700 metros cuadrados en el que trabajan 40 personas, busca defender lo diferente a golpe de innovación y creatividad, lo que le ha hecho ganarse al público a través del gusto y la vista, tanto en sus nueve tiendas como en las muestras donde expone sus obras.

    Esculturas gigantes en las que hipopótamos, elefantes y orangutanes campan a sus anchas; homenajes a acontecimientos históricos como los veinte años de la caída del Muro de Berlín o los cuarenta del primer paso del hombre en la luna, que son concebidas para ser vistas, no para ser degustadas.

    "El chocolate es un pretexto para crear", ha explicado el maestro chocolatero de Poislay (centro de Francia), quien visitó España para presentar su trabajo en el marco de Madrid Fusión.

    Su capacidad creativa le ha permitido colaborar en áreas como la moda, con modistos de la talla de Jean Paul Gaultier, o la música, con decorados para conciertos como el que hizo por encargo para el cantante Sergé Gainsburg.

    A la hora de comercializar sus productos, Roger se dedica a explorar las posibilidades que el mundo vegetal ofrece al universo del cacao.

    "Yo vengo del campo, soy un amante de las plantas, de la botánica; hay que defender estas producciones pequeñas, que están muy maltratadas por la sociedad y que son maravillosas cuando se mezclan con chocolate", ha precisado.

    El resultado son combinaciones de sabores inesperados, que buscan transmitir "el placer por el chocolate y el respeto a la naturaleza": productos de su propia huerta, como la albahaca, el pimiento o el limón, que se convierten en base de infusiones para fundir con las texturas del cacao.

    Roger defiende que "el gusto se educa y se cultiva" mediante el descubrimiento de sabores; por eso, además de tener su propio jardín como fuente de materia prima, acude a productos como limones de Brasil -con los que ha elaborado una de sus últimas creaciones, el bombón "Amazonas"- cacao de Ecuador, whisky escocés o pistachos de Irán.

    Combinaciones en las que, a pesar de su predilección por las plantas, prevalece el chocolate, un producto "que no necesita márketing", según el chocolatero.

    "El chocolate es bueno, y punto; no hay que hacerse más preguntas; estamos en un mundo en el que nos hacemos demasiadas preguntas", reflexiona Roger, para quien "el paladar de los clientes" es el mejor aval de su trabajo: solo su tienda principal de París recibe a diario más de 700 clientes.

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