EFE.- Cuando se celebra mañana el Día Internacional de la Discapacidad, el Vivero está a punto de estrenar la temporada con cerca de 200 nuevas variedades y es de esperar que con nuevos colores de la "pink swirl", la petunia estrella que va cambiando de color según las condiciones de luz.

   Y al igual que esta flor, quienes trabajan en el centro renuevan cada año la ilusión por una sociedad más igualitaria donde no se discrimine a las personas con algún tipo de discapacidad.

   "Son súper responsables", dice a Efe la jefa del Laboratorio de Biotecnología Vegetal del centro, Silvia Valladares, quien tiene a su cargo a seis personas de este colectivo, cuatro de ellas contratadas y dos del centro ocupacional de estas instalaciones que puso en marcha la asociación La Veguilla en los años 70.

   Con ella trabaja María del Pino, que ejerce casi de "jefa" en la sombra o Raquel, ambas con minusvalías psíquicas, pero sobre todo, explica Valladares, con un "gran afán de superación".

   "A veces pecamos -afirma esta bióloga- de intentar ayudarles y no te dejan, te dicen: ‘yo puedo’, que es lo que me hizo Raquel el día que se llevó un trabajo a casa para entrenar y poder realizarlo bien al día siguiente aquí".

   "Ningún técnico de laboratorio se lleva el trabajo a casa", afirma Valladares al tiempo que resume cómo es la jornada laboral de Pino y Raquel: "Empiezan a las nueve de la mañana y terminan a las 6.15 de la tarde, con el descanso del bocadillo y la parada de la comida".

   En palabras de Eva Gómez, que se encarga de mejorar variedades como los geranios o las verbenas, son "como si fueran niños entre 7 y 15 años mentalmente, supercariñosos". Y añade: "Dependen de ti y trabajan muy bien, si se equivocan, lo reconocen y no paran hasta llegar a hacerlo perfecto".

   El trabajo de los discapacitados es remunerado porque, de lo contrario, la labor allí de esta institución y de la Fundación Promiva sería, explica a Efe su fundador, José Alberto Torres, "un cuento chino".

   La "cadena" empieza en el colegio Virgen de Lourdes, un centro de educación especial situado en otro municipio (Majadahonda) de Madrid, donde terminan su escolarización especial a los 18 años.

   A esa edad, ingresan en el centro ocupacional ya en La Veguilla y, de ahí, a Biomiva, que es la empresa que se encarga de rentabilizar La Veguilla y donde estas personas con discapacidad aprenden a, entre otras cosas, a trabajar en equipo, a adquirir una responsabilidad y a gestionarse ellos solos.

   En Biomiva su labor se convierte en remunerada, al menos, afirma Torres, con "el salario mínimo interprofesional que financia a la mitad el Gobierno regional madrileño". "El resto lo paga la empresa con la venta del negocio y la fundación ayuda cuando no tiene dinero, como accionista", precisa Torres.

   Ahora, con la crisis, se ha producido un nuevo escenario, el de la persona discapacitada que se ha convertido en la única fuente de ingresos de algunas familias.

   "Sí, en muchos casos -reconoce Torres- se está produciendo esto, pero es una cosa que hacen en silencio, aunque se les escucha decir que ‘he pagado esto a mi padre’ o que tienen que llevar el pan a casa. En cualquier caso, son igual de generosos o más que otras personas".

   "Son conscientes", tercia el director ejecutivo de Biomiva, Antonio Fernández, "de esa responsabilidad y de lo privilegiados que son", por eso, cuando llega el final de mes no dudan en "hacer cola" en las oficinas para recoger sus nóminas.

   El centro funciona a pleno rendimiento, al igual que las otras instalaciones en Aranjuez (Madrid), pero todavía no en Montijo (Portugal), donde Torres quiere exportar el modelo de negocio de La Veguilla. "Espero que en 2014 se solucione y nos reconozcan la fundación", concluye Torres.

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